Tengo a la peor madre del mundo. Me hizo invencible y nunca me permitió rendirme.

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Se dice que las madres son la bendición más grande que pueda existir en la tierra, mas allá de lo que aparenten ser, o desde cualquier ámbito.

Las madres son dulces y fuertes, a veces se puede llegar a decir que se tiene a la madre más mala del mundo. Malas porque enseñan que la vida es dura y nunca dan permiso a rendirse ante nada. Malas porque hacen batallar hasta el final, porque cuando se desea o requiere ayuda de ellas solo ven desde lejos cómo lo logramos.

Malas porque cuando caemos al suelo, no se mueven para levantarnos. Solo nos dicen: “Párate”. Son malas porque cuando lloramos muy fuerte por algún juguete, no nos los compró. Malas porque siempre nos dijeron que la vida no era color de rosa y que los días nublados son muchos.

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Así son algunas madres, esas que con tanta maldad enseñan lo más bonito de la vida.

Las madres nos hacen fuertes, mediante ellas aprendemos que la vida no es fácil, todo lo contrario, es dura, duele, pero toda está en nosotros en como afrontemos a la vida, nos enseñan a tener el coraje necesario para enfrentar las situaciones.

Las madres nos enseñan que las lágrimas alivian el alma, pero no podemos permitir que nos absorban. Que esto es un sube y baja y a cada quien le toca lo que ha sembrado.

Las madres nos enseñan a que, si podemos lograr todo aquello que nos propongamos, y están allí en cada aprendizaje disfrazado de derrota, y en cada victoria. Nos aplaudieron en esas victorias y sus ojos lloraron de felicidad cada vez que lo lográbamos lo que nos habíamos propuesto y por lo cual habíamos trabajado muy duro.

Hay madres tan malas, que permiten a sus hijos descubrirse solos, ser quienes ellos decidan ser, sin represiones.

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Y sí, existirán muchas veces en donde se sienta que ya no se puede más, en donde se siente que eso de las pruebas es muy complicado. Pero, detrás de toda esa “maldad”, había amor puro.

Porque así son las madres, duras, pero de un corazón noble y valiente, que hacen lo que sea por sus hijos. Hasta reprimirse tantas veces y no solucionar nuestros problemas, para que, si un día faltan podamos seguir, con todas sus enseñanzas.