Es totalmente natural que como personas busquemos agradarle a los demás casi todo el tiempo; esto es tan correcto que un ejemplo muy claro es cuando nos encanta alguien más, deseamos que se dé cuenta de nuestras cualidades, conocimientos y nos hacemos los interesantes y más agradables del planeta.
Aunque las personas estemos diseñados para enseñar nuestra mejor versión de nosotros, no siempre nos parece muy efectivo: por mucho que expresemos ser graciosos, hay personas a las que no les agradamos, como otras tantas a nosotros.
En algunos momentos nos cuestionamos el motivo de por qué no conseguimos caerles bien a las otras personas, la solución resulta ser fácil y es porque gran parte de nuestra autopresentación es contraproducente. La razón es que muchas personas malinterpretan esta aptitud como vanidad. La modestia puede ser muy eficaz que la presunción para que podamos generar una brillante impresión; muchas de las veces nosotros estamos plenamente conscientes de que esto depende del receptor, sin embargo, casi siempre nos erramos a la hora en la que nos presentamos.
La psicóloga Irene Scopelliti de City University London junto con otros de sus colegas plantearon la teoría de que este comportamiento común pero poca efectiva es el motivo de nuestro fracaso con la perspectiva sentimental, ya que es como si supiéramos cómo va a reaccionar el otro sujeto.
Cuando conocemos a otros individuos comenzamos a platicar de nuestros logros obtenidos y nuestras virtudes, y pensamos que de verdad los otros comparten con nosotros nuestra alegría y orgullo: la realidad es que no lo hacen y es ahí cuando nuestra presentación falla, dando la impresión de que somos seres humanos molestas.
Irene y sus compañeros comprobaron su hipótesis con un experimento que trataba en ver si los autopromotores sobreestiman reacciones positivas de las demás personas y subestiman las negativas. Para llevar a cabo el objetivo, le dijeron a un grupo de individuos que describieran con detalles precisos algún momento en el que presumieran sobre sus logros obtenidos a otra persona, luego tenían que describir las reacciones y emociones que había tenido. Otro grupo de personas realizaron completamente lo contrario, describieron una situación en la que una persona más haya presumido sus logros.
Los investigadores esperaban que los autopromotores experimentarían sentimientos positivos y que se los transmitiera al destinatario. Los autopromotores eran mucho más propensos en tener las sensaciones de emociones positivas y mucho más a pensar que los demás también lo sentían, cuando en verdad no era así. Los resultados ocasionaron tener como conclusión que los sujetos emisoras obtuvieron una aptitud egocéntrica y fueron incapaces de pensar que el receptor se enojaría por su vanidad.