Solemos creer que aquel que termina es quien menos sufre. Suponemos que es la posición más cómoda al ser quien quiera acabar todo y alejarse de la relación una vez por todas. Pero la realidad es completamente distinta, sobre todo, cuando aún existe un cariño y respeto mutuo de por medio.
Terminar suele ser una etapa que marca a las personas, tanto de un lado como del otro. Sin importar el detonante, aquel que decide terminar, suele verse en una encrucijada emocional tan grande, que puede llegar a tomar decisiones que realmente no desea. Otros, pueden verse afectados emocionalmente y padecer de un enorme estrés, ansiedad e incluso, depresión.
No es menos doloroso estar de un lado o del otro. Quien toma la decisión, se enfrenta a la responsabilidad de ser quien cause la ruptura emocional en el otro, y muchas veces, esas personas, al verse de frente a dicha realidad, suelen dar marcha atrás para evaluar otras posibles opciones.
Pero ¿Cuál es el problema?
Cuando una persona se cansa o necesita irse, y decide quedarse por miedo, ya sea a lastimar al otro o a lo que pueda suceder después de la ruptura, está destinado a quedarse en una relación tóxica.
Es tóxica en cuanto a que el nivel emocional de aquel que quiere irse, no será el mismo que de aquel que desea quedarse. Basicamente, estamos peleando contra nuestras propias emociones y yendo en contra corriente, desembocando en una enorme problema sentimental en el cual, no solo quien se queda, se verá afectado, sino también, su pareja.
La pareja deberá lidiar ahora con la carga emocional de su acompañante y será víctima de una mala decisión.
También, cuando la pareja no sabe aceptar o reaccionar frente a la ruptura, se vuelve cómplice en este tipo de escenarios donde, una relación que debió acabar, terminó prolongándose de forma tóxica y enfermiza.
Por ello, terminar una relación debe ser siempre algo de dos. Uno para tomar una decisión, y otro, para aceptarla.
Ninguno tiene más carga emocional que el otro, y ambos van a sufrir de uno u otro modo.