A pesar de siempre ponerle un alto valor a nuestra independencia y espacio personal, y en ocasiones resulta saludable nuestra soledad y el reencuentro con uno mismo, los seres humanos somos seres sociales por naturaleza, por lo que para sobrevivir necesitamos crecer en felicidad y seguridad, y esto se consigue mediante estímulos que proporcionan las caricias emocionales. Sin embargo, en la actualidad seguimos siendo aprendices del mundo emocional.
Las caricias emocionales van mucho más allá que un contacto físico, es acariciar el alma con una mirada, hablar con cariño y ternura, esas palabras dichas con amor son la música que le da aliento a nuestro cerebro emocional para aprender a valorarnos los unos con los otros.
El médico psiquiatra y fundador del Análisis Transaccional Eric Berme, definió las caricias emocionales como unidades básicas de reconocimiento que buscan, por encima de todo, proporcionar estimulación a los individuos. Se habla pues de un tipo de transacción, de un intercambio sabio donde se registra un tipo de lenguaje que actúa como un auténtico alimento para ese delicado universo psicoemocional que nos sustenta y define.
La caricia emocional en peligro de extinción
Las caricias emocionales no solo deben ser recibidas por nuestra pareja sentimental, familia o amigos, también es válido recibirla en cualquier ámbito de la vida; en la calle con esa persona que acabas de conocer y te da palabras de aliento, de tu jefe que en el trabajo te recuerda lo importante que eres en la empresa, reconoce tu esfuerzo, te brinda esa confianza para que propongas ideas, y que te refuerza y valora con palabras de admiración, respeto y gratitud. Tal y como decía Berme, este tipo de actos constituyen la unidad básica de todo acto social que cada uno de nosotros deberíamos saber aplicar.
A pesar de que cuanto más amplio sea nuestro repertorio de caricias emocionales que dediquemos a los demás y que a su vez, recibamos del resto más enriquecedora y hábil será nuestra convivencia. En la actualidad está sumergida en conocimientos modernos acaparados por la tecnología, lo que hace perder la habilidad de conectar con la mirada, de entablar una conversación verbal, y en momentos difíciles ofrecer las palabras justas y ese abrazo fuerte en el momento necesitado.
Ahora es la tecnología la que reemplaza todo cariño o afecto que antes eran recibidos en persona. Se ha recurrido en exceso a las conversaciones virtuales, donde los emoticones se han convertido en esas grandes muestras de cariño.
Caricias emocionales para uno mismo y para los demás
Para querer a los demás, primero hay que quererse uno mismo. A partir de allí, será mucho más fácil brindar cariño a las personas. Las caricias emocionales deben surgir de la espontaneidad y no como algo forzado, deben fluir recíprocamente y llenar el alma en ese momento necesitado o inesperado. Las caricias emocionales generan emociones indescriptibles y tienen la capacidad de iluminar a quien lo necesita, levantar a quien ha caído, y sacar sonrisas hasta a las más grandes amarguras.
El autor del libro “Educación Emocional” Claude Steiner, abordó un aspecto que es importante tener en cuenta: así como hay gente que no debe ofrecer caricias emocionales, también hay quien, sencillamente, cree no merecerlas. Son personas que, en un momento dado, y por la razón que fuera, dejaron de acariciarse a sí mismos, es decir, dejaron de valorarse, de alimentar su autoestima.
Este tipo de comportamiento encaja en lo que se conoce como la “ley de la escasez”, es decir, no pidas caricias positivas y no rechaces las caricias negativas, cuando en realidad, todos deberíamos vivir en ese mundo opuesto regido por la “ley de la abundancia”, a saber:
- Ofrecer caricias positivas.
- Aceptar caricias positivas.
- Ser capaz de pedir caricias positivas.
- Ser capaz de rechazar caricias negativas.
- El arte de saber poner en práctica las caricias emocionales.
Es necesario saber que existen caricias negativas, y estas tienen su lado oscuro que suelen tener su lado de agresión, como: las caricias emocionales como manipulación psicológica, la hipocresía como herramienta para ejercer el poder o lograr un objetivo.