En teoría, el perdón es disculpar a otro por una acción considerada como ofensa, renunciando eventualmente a vengarse, o reclamar un justo castigo o restitución, optando por no tener en cuenta la ofensa en el futuro, de modo que las relaciones entre ofensor perdonado y ofendido perdonante no queden más o menos afectadas.
El perdonante no “hace justicia” con su concesión del perdón, sino que acata la justicia al renunciar a la venganza, o al justo castigo o compensación, en aras de intereses superiores.
Por tal razón, el perdón es una de las más útiles herramientas con las que cuentan los seres humanos, y forma parte fundamental de las relaciones, incluyendo la que llevamos con nosotros mismos.
Siempre en algún momento de nuestra vida nos vemos expuestos a perdonar o a ser perdonados, el no saber utilizarla nos hace vulnerables ante la vida, cargándonos de sufrimiento, culpa, resentimiento, ira y un sinfín de sentimientos y emociones que para nada resultan beneficiosos.
Sin embargo, el significado del perdón suele ser mal interpretado, muchas personas se niegan a perdonar porque piensan que con eso le están dando la razón a la otra persona.
Que sus motivos de molestia o sufrimiento son pocos o no justificados, que están cediendo poder, que se exponen a vivir nuevamente lo mismo que los agravió en algún momento, que la relación con la otra persona se ve forzada a ser como antes, que es un signo debilidad. Cuando lo que es en realidad es un signo de fortaleza.
Quien sabe perdonar tiene en su poder el mejor juego de la partida y es quien mejor usa sus cartas para beneficio propio, la persona que utiliza eficazmente el perdón, vive libremente, que es a fin de cuentas lo que todos deberíamos buscar.
Liberarnos de ataduras, de sentimientos negativos, de situaciones del pasado que pueden lastimarnos una y otra vez, es lo que nos promete un sincero perdón.
El perdón sana nuestras heridas, nuestro corazón, es consolador y liberador. Es la forma más sencilla de quitarle el control a una situación que nos genera dolor y a su vez una vía directa hacia nuestro bienestar.
Cuando perdonamos no se trata de lo que piense o sienta la otra persona, si bien podemos perdonar porque no nos satisface ver el dolor que la ausencia de perdón genera en la persona que lo demanda, es mucho más sencillo pensar en nosotros mismos para concederlo.
Pensar que perdonando estaremos haciendo el mayor bien a nuestra persona, seremos el mayor beneficiario en esa situación y nos será más sencillo seguir adelante sin el peso que llevamos a rastras por no perdonar.