Desde la indiferencia hasta un golpe, puede considerarse como maltrato. Mi abuela solía decir que a ella nadie la lastimaba, porque para ella, las palabras no rompían huesos. Aunque no todas las mujeres tengan un temperamento como ese para sobrepasar insultos de tal manera, el maltrato debería ser condenado por todos, sin importar la gravedad del mismo.
No se trata de criar a mujeres u hombres débiles, se trata de que la sociedad debe aprender el valor del respeto, el cual se ha perdido mucho últimamente y parece cobrar menos importancia cuando se trata de las mujeres… Porque aceptémoslo, aún vivimos en una sociedad machista, al menos en Latinoamérica.
Tan dañino es el machismo como el feminismo, son dos corrientes extremas que tratan de superponer los derechos del uno sobre el otro, sin percatarse que esto no es una competencia, sino una balanza, donde tanto los derechos del hombre como los de las mujeres, deben tener el mismo peso.
No podemos ir por la vida insultando a alguien y pretender que eso no dejará una cicatriz. Sobre todo, hay que estar al tanto de qué se dicen los niños entre sí, porque de la violencia familiar, ellos aprenden. Los varoncitos aprenden al ver un padre golpeando a su madre, que el ponerle la mano encima a una mujer está bien si se quiere quedar con la razón de alguna discusión.
Ese tipo de conductas hay que corregirlas a como dé lugar, porque los golpes no solo hieren la piel, sino también, la autoestima y la estabilidad emocional de las personas. Nosotros, como adultos, tenemos la responsabilidad de enseñar a través de nuestras acciones a los más pequeños, que el maltrato, venga de donde venga, no es bueno; que la violencia engendra más violencia y que a los violentos, hay que castigarlos y no callar los abusos. Porque para que los malos triunfen, lo único que hace falta es que los buenos no hagan nada.