“Tómate tiempo en escoger un amigo, pero sé más lento aún en cambiarlo”.
Benjamin Franklin.
La verdad, estimado Benjamín, tardaría toda una vida en cambiar a mi mejor amiga.
Dicen que no es cuestión de cantidad, sino de calidad, y es que, efectivamente tú, eres la prueba viviente de ello. No eres la persona que por más tiempo he conocido, pero sí, la que más he querido.
Lo que más aprecio de ti, es que eres como una fuente de aprendizaje. De ti aprendo incluso, cosas que no conocía de mí. Porque eres como un reflejo y tú me dices lo mismo; que soy como el lugar donde tú conoces tus defectos, pues yo, soy quien te los hace notar con el fin de que mejores como persona. No porque NO te ame como eres, sino que, te amo tanto, que sé que puedes siempre ser aún mejor si te lo propones.
Eres esa amiga a la que recurro, no solo cuando estoy bien y quiero celebrar nuestros éxitos. Eres a quien recurro cuando nadie más está para mí, y ¿Sabes qué es lo mejor? Que, como si pudieses leer mi mente, tú ofreces tu hombro antes de que te lo pida.
Por eso, amiga mía, te doy las gracias. Porque has sido mi profesora, mi espejo, mi psicóloga y hasta la detonante de unas cuantas rabietas. Pero, ¿Qué amistad sería verdadera, sin alguna pelea por no hacer casos a los consejos que nos compartimos?
Esas peleas, demuestran que, de manera incondicional, tú siempre estarás para mí, así como yo lo estoy para ti. A pesar de que estés lejos, a pesar de que quizás, ya no podamos vernos de nuevo. Te quiero, y siempre serás la mejor amiga que tendré. Aunque conozca a mil personas más, aunque ya no nos hablemos tan seguido, aunque las circunstancias nos alejaron, para mí, tu siempre serás mi mejor amiga.