La felicidad para muchas personas suele ser un tesoro de esos que tiende a encontrarse en el fondo de los océanos.
Esto es por mera ignorancia y falta de inteligencia emocional. La felicidad, cuando sabes de qué trata, tiende a aparecerte ante tus ojos como por arte de magia.
Solo necesitas una cosa para alcanzar realmente la felicidad. Te necesitas a ti mismo.
Quien es feliz consigo mismo, es porque se reconoce como un ser completo, que no le falta ni necesita nada ni a nadie para llenarse.
Una persona feliz, es capaz de amar más intensamente porque lo hace por mera complacencia y no por necesidad.
Su amor es constructivo y no primitivo, y por ende, te hará crecer a ti también como persona.
Las personas felices, irradian dicha felicidad. ¿No te ha pasado ver a alguien por la calle que no solo se ve, sino que se escucha y casi hasta huele a felicidad?
Ese tipo de personas comprendieron cuál era el verdadero valor y pilar del ser feliz.
No podemos atar siempre la felicidad a bienes inmateriales, claro está. Hay que reconocer que el éxito profesional y económico, también juega una parte indispensable de ello.
Pero quien aplica el concepto de felicidad como algo meramente material, está destinado, quizá, a tener mucho pero al mismo tiempo, sentir que le falta todo.
La felicidad, irónicamente, es un estado muy íntimo que solemos compartir con los demás, porque, al igual que el amor, la felicidad tiende a desbordarse del alma y dejarse ver a través de una mirada brillosa, una deslumbrante sonrisa y una actitud sumamente positiva y realista ante la vida.
Finalmente, hay quienes alcanza un nivel sumamente alto de inteligencia emociona y espiritual que les permite desprenderse casi en su totalidad de la felicidad, como los budistas, quienes creen fervientemente que esta se consigue exclusivamente en el interior.
¿Qué crees tú? ¿Qué la felicidad se haya solo dentro de nosotros o es un equilibrio entre las riquezas espirituales y materiales?