La depresión reduce profundamente las habilidades funcionales en todos los aspectos de la vida, se caracteriza primordialmente por los síntomas siguientes: un estado anímico melancólico y afligido, ideas o pensamientos negativos y suicidas, sentimientos de culpa y baja autoestima, apatía y pérdida de interés y placer (incluso en las actividades que usualmente se gozan), fatiga y pérdida de energía, complicaciones para concentrarse y tomar decisiones, cambios en el apetito e inestabilidad en el ciclo de sueño.
La mente humana es muy compleja y la psiquiatría así como las otras de las disciplinas que estudian la mente, es bastante reciente; por lo tanto, aún no hay un consenso definitivo con la relación cuáles son las causas (tanto bioquímicas-neurofisiológicas como psicosociales y culturales) que generan la depresión.
Sin embargo, podemos aclarar que esta dolencia mental representa un grave problema de salud que afecta a cientos de millones de individuos en todo el mundo, de hecho, la Organización Mundial de la Salud menciona que la depresión es “la principal causa mundial de discapacidad y contribuye de forma muy importante a la carga mundial general de morbilidad”. La depresión es mucho más continua en mujeres que en hombres, tanto que algunas investigaciones afirman que alrededor de un tercio de las mujeres pasan por un episodio depresivo en algún punto de sus vidas.
La depresión, desde el discurso dominante en el ámbito de la salud mental, se encuentra relacionada a niveles bajos de serotonina, un neurotransmisor, es decir, un elemento que transmite señales de las neuronas a otras células de nuestro organismo.
Los antidepresivos no operan introduciendo un componente ajeno a nuestro organismo, sino que compensan una supuesta deficiencia de algo que desarrollamos naturalmente; debido a esto, los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (SSRIs por sus siglas en inglés) son los que más se prescriben, ya que normalizan la cantidad de serotonina disponible.
Entre los SSRIs se halla todos esos medicamentos, y muchos seguramente hemos oído nombrar en series y películas: Prozac, Zoloft, Paxil, Lexapro, etc. Sin embargo, no ha habido investigación, a excepción de aquellos que son financiados por las propias farmacéuticas que confirmen completamente esta teoría del desequilibrio bioquímico, y en muchos sucesos los seres humanos no responden bien a los antidepresivos; según algunos estudios, los antidepresivos sólo son más efectivos que los placebos en entre 20 y 30% de los casos.
Las poderosas corporaciones farmacéuticas tienen una gran influencia muy fuerte sobre la psiquiatría y la medicina en general: financian investigaciones, desarrollan e impulsan medicamentos, dan dinero a médicos y hospitales, entre otros. Como cualquier otro tipo de empresa capitalista, su fin último es incrementar las ganancias. No debería sorprendernos, entonces, que existan abundantes investigaciones evidenciando cómo varias de estas corporaciones han controlado los datos de las investigaciones que financiaron para sacar antidepresivos al mercado; o que los estudios patrocinados por las mismas corporaciones siempre den resultados más positivos que los independientes.
Hoy en día, la epidemia de depresión es aún más crítica que antes de que los SSRIs arrasaran con el mercado. A pesar de aquello, las empresas farmacéuticas están aportando cada vez menos recursos en estudios para desarrollar nuevos medicamentos, y esto se debe a que ya no les resulta tan lucrativo. Está evidente que curar enfermedades no es un modelo de negocio rentable para este sistema financiero; aparte, resulta fútil que se estudie la salud mental en función de desarrollar nuevos medicamentos-mercancías, en vez de investigar y atender las causas de raíz del problema con el fin de encontrar respuesta integrales. Si bien los antidepresivos pueden ser efectivo a la psicoterapia y nos han ayudado a muchos a salir de la depresión, ¿Pero por qué deberíamos de dejar el futuro de nuestra salud en manos de corporaciones que sólo buscan lucrar con nuestro malestar psíquico?