Nadie sabe en qué momento comenzó a cundir una epidemia de miedo en torno a lo romántico. Pareciera que todo el mundo siente auténtico terror al pensar que le puedan llamar “cursi”. Seguramente no saben que lo romántico no necesariamente es cursi y que lo cursi no es necesariamente romántico. Como en todo, es cuestión de balances.
Lo romántico le da color a la vida
Un helado de vainilla es un helado de vainilla en cualquier parte. Pero si te lo sirven con unos pistachos picaditos, con alguna salsa encima y con una figura simpática, seguro que sientes que tu helado puede ser mucho mejor. También experimentas una satisfacción diferente al comértelo. De una u otra manera, te hace sentir confortado: mimado, valorado. El helado deja de ser un simple helado, para convertirse en un bocado seductor.
Esos detalles que en sentido estricto son innecesarios, desde el punto de vista funcional, a veces dan lugar a todo un mundo de emociones, desde el punto de vista subjetivo. Hacen que un instante cualquiera se convierta en un momento único. Son tan importantes, que se graban a fuego en la memoria y se recuerdan aún muchos años después.
El miedo a ser románticos
En definitiva, un detalle romántico es una declaración expresa del amor y de la importancia que se le da a otra persona. Logra que un hecho ordinario se convierta en extra-ordinario. Es señal de interés, de preocupación y de una voluntad por exaltar al otro. Generalmente causa sorpresa y permite experimentar una suerte de plenitud por algunos instantes.
Sin embargo, muchas personas aman con precaución. Curiosamente, no quieren que el otro descubra cuánto les importa o cuánto estarían dispuestos a hacer por ellos. Manejan el amor de una forma casi “ejecutiva”, como un tema funcional al que se le da curso, de igual manera a como se haría con la reparación de un coche. Que no sobre nada. Que no haya exageraciones. Que no existan “cursilerías”, ni se despierten sospechas de ser empalagosos o demasiado intensos.