Quiéreme despacio.
Sin prisa, sin correr, sin apresurarnos.
Démosle tiempo al tiempo, que juntar dos corazones desconocidos no es cuestión de minutos, tampoco de horas, ni siquiera de días y pueden pasar años hasta que te des cuenta, de que no se trata del tiempo en realidad, sino de la calidad de éste.
Por eso, Quiéreme despacio, muy despacio. Que igual yo no tengo prisa de llegar a ese punto donde la costumbre parece sustituir al amor. Me siento bien en este lugar, este momento. Donde puedo amarte porque me nace. Donde puedo darte los buenos días con un café, preguntarte “¿Cómo dormiste?” y hacerte el amor antes del trabajo.
Quiéreme tan despacio que, en cada latido de tu corazón, puedas sentir diez mil emociones, y así, siéntete en la libertad de restar o sumar una emoción al año.
Quiéreme despacio para que me quieras bien, porque quien empezó a correr antes de caminar, cayó, se levantó y siguió, pero a diferencia de un niño, nuestro corazón no tiene piernas; y si caemos y se nos va de las manos, podemos partirlo en mil pedazos de manera irrecuperable.
Por ello, quiéreme despacio, para que las escenitas de celos, aún no pierdan parte del poco encanto que tienen y para que los dramas parezcan comedia. Porque cuando el amor está vivo, estas cosas parecen no tener la importancia.
Anda, por favor, quiéreme despacio, que aún no quiero dejar de amarte. Todavía quiero que la costumbre no llegue a nuestra vida, y si es posible, que llegue ya cuando el tiempo nos haya alcanzado, y una vez viejos y arrugados, podamos decir, nos amamos bien, porque nos quisimos despacio.
Escrito por: Ángel Dichy.