Es muy raro encontrar a alguien a quien no le gusten los besos, y es que uno bien dado nos remueve hasta la fibra más profunda de nuestro cuerpo…
Los hay de todo tipo: besos tiernos, profundos, breves, los que le damos a los bebés, a nuestros padres, a nuestros amigos, a nuestra pareja, ¡hasta al espejo! Junto con el abrazo es una de las formas más populares de expresar nuestros sentimientos.
En nuestra relación significan dos cosas, fundamentalmente: la primera de ellas es la intención de mostrar cariño y la segunda de dejar clara la atracción sexual hacia quien besamos. La idea es que ambos encuentren un equilibrio en dar al otro lo que necesita, en su justa medida.
Pasa que a veces recibimos besos tiernos cuando lo que queremos es uno de esos que nos asfixie hasta lanzarnos en la cama, a veces pasa al revés. Es normal que al principio haya desbalance, pero es cuestión de ir probando en qué momentos cada quien prefiere cierta manera de besar y de ser besado.
Pero nada como un beso de esos que te reavivan las ganas de vivir. Uno de esos que recibes de manera inesperada, que no importa si estén en el cuarto o en el parque se dan de manera espontánea y profunda, en que los labios de ambos están prestos a todo y es posible que la lengua, traviesa, decida pasarse a jugar un rato…
Un beso que detenga el tiempo, que nos haga olvidar la frialdad en que a veces nos hundimos sin darnos cuenta. Un beso que eleve mi cuerpo a las temperaturas más altas y nuble cualquier pensamiento que se atreva a dar un paseo por mi cabeza…
Con un solo beso basta para invitarme a transitar los caminos más recónditos de la carne, hacerme sentir deseada y convencerme de que no hay mejor cosa que fundirse en los labios de aquel a quien se ama…