Te amo pero no podemos estar juntos…(Parte I)

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Si le contara a alguien más acerca de todo lo que viví a tu lado, estoy segura de que no me creería ni una pizca, pero sí, lo viví. Al conocerte, jamás imaginé todo el transcurso de acontecimientos que estaban destinados para nosotros. Fui ingenua, sí, pero me enamoré genuinamente de ti. Ahora, sólo queda un despojo de lo que fuimos, un breve retazo de recuerdos. Aún te recuerdo, y esta es nuestra historia…

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Te conocí en el verano del 2015. Yo me encontraba entristecida por la accidentada muerte de mi padre. La manera en que falleció y nuestro asunto pendiente nunca resuelto fueron el detonante de que decidiera abandonarlo todo. Me desligué: estudios, amigos, familia, absolutamente todo y me aventuré a la costa en búsqueda de nuevos horizontes. Sanar el dolor era mi principal interés en esa época, hasta que te conocí.

Ahí estabas tú, alto, espigado, surfista. Tus ojos claros delataban cierto grado de timidez y ternura, pero tu ancha espalda y tus brazos fornidos también hablaban de ese otro lado de ti, seguro de sí mismo, decidido, diligente, frontal. Tan sólo me animo a recordar ese momento y puedo sentir ese escalofrío profundo que me invadió desde la planta de los pies hasta el tope de mi cabeza. Pasmada me dejaste, y pasmada estoy.

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Me invitaste a surfear y, pese a que tenía miedo, me tomaste de la mano y con tu sonrisa pícara me dijiste que todo estaría bien. Confié en ti. Me entregué. Tu piel y la mía se rozaron esa tarde bajo los rayos del sol y todo era simplemente perfecto. Tenía la percepción de que el universo me había enviado a un Adonis para consolarme, para reencontrarme y ser yo misma.

Y me besaste en la arena. Ahí me hiciste tuya. La luna y el mar de las olas fueron testigos de nuestro maravilloso encuentro, propio de las novelas de antaño. Tus besos y toda tu sensualidad hicieron trizas mi resistencia y te entregué todo, en cuerpo y alma. Lágrimas se asomaron por mi rostro, finalmente. No sé si de alegría o de tristeza, pero lágrimas. Y estas empaparon nuestros cuerpos, nuestra vida, nuestra existencia entera.

Un nuevo sentimiento se apoderó de mí en un instante: ahora me sentía otra, estaba viva y dispuesta a amar y ser amada. Deseaba conservarte conmigo por siempre. Quizás no había tanto inconveniente en abandonar los estudios y alejarme de mi familia. Después de todo, te tenía a ti y la plena confianza de que en tus brazos nada malo sucedería. No puedo recordar cuantos días estuve con este pensamiento fijo en mi cabeza, hasta que sobrevino el desastre inesperado entre los dos… (Continuará).

 

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