Lentamente, nos volvimos extraños otra vez.

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De a poco, nos fuimos conociendo, con temor a ser lastimados y con una voz que nos decía desde el pecho, inténtalo. Nos dimos a la tarea de dar un salto de fe en nombre del amor, ese que prometimos no brindar a más nadie, pues, con anterioridad, el resultado de esa acción terminó en un corazón roto, una decepción y un “no creer más” en promesas.

Nos debilitamos el uno al otro, con la intención de ceder el cariño y dejar el orgullo de lado. Encontramos así, un estado de tranquilidad al lado de la persona que amamos. Pero nos confiamos y creemos que esto que se ha construido entre ambas personas, es indestructible. Le vamos dejando de lado y restamos importancia al día a día, a las palabras bonitas, a los detalles y las sorpresas, y de ese modo, caemos en la monotonía y termina siendo una relación basada en la costumbre y no el amor.

Ambos lo saben, pero no lo admiten, porque se aferran a la idea de que, en algún momento, la relación volverá a ser eso que una vez fue. Mantienen la fe en aquella persona de la cual una vez se enamoraron, pero que ya no existe, volverá. De a poco, van reconociéndose como un par desconocidos que fingen quererse, solo porque donde ahora hay indiferencia, una vez existió el deseo de un “juntos para siempre”.

El cariño, por fuerte que sea, debe cuidarse para no perderse. Debemos mantener la costumbre de enamorar a diario a nuestra pareja, para que así evitemos volvernos, lentamente, un par de extraños que solo aman la versión del pasado de cada uno, pero no, lo que hoy en realidad son.

Escrito por Ángel Dichy.

 

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