Guardamos el amor que nos quedaba por si algún día nos volvíamos a ver.

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Nos quisimos tanto y de tan buena forma, que decidimos guardar todo el aprecio nos teníamos por si algún día, luego de la tormenta, encontrábamos la calma entre un beso tuyo y mío. Así son algunos amores, fuego puro y desmedido que intenta no extinguirse, pero que, cuando lo hacen, las leñas y el carbón siguen ardiendo, predispuestas a que, de un pequeño soplo, alguien las vuelva a revivir.

Pero, estos amores tienen dos rumbos, o se vuelven una apasionante historia de amor, o una tortura tóxica de la cual deseamos desprendernos. Quienes disfrutan del primer rumbo, suelen estar separados por causas ajenas a ellos, como la distancia.

Esas personas que se logran amar de lejos, guardan ese cariño que se tienen para poder compartírselo entre sí apenas se vean. Por otra parte, quienes escogen el segundo rumbo, creen sentir un cariño que se guarda dentro de una relación tóxica, pero en realidad se trata de una relación de dependencia que termina dañando a la pareja y haciendo mucho mal.

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No guardes tu amor para quien no desea verte feliz, solo hazlo para quien guarde tu corazón en el lugar más especial de su alma. No hay nada mejor que sentir la plena seguridad de que, aunque no estés con esa persona todos los días, el amor prevalecerá, porque decidieron hacer de esa relación, algo único y no una más del montón. Decidieron pelear por lo que sienten en realidad y no rendirse como la mayoría que se promete un amor eterno que solo dura 3 meses.

Esos amores que perduran en el tiempo, son los amores que entienden que el cariño verdadero, el honesto y más sincero, nace del alma y se sienten con el corazón, y que, por ello, no está atado a la piel ni a los ojos, mucho menos al deseo carnal. Esos amores honestos, son los que preferimos guardar porque sabemos que son invaluables y nada podrá superarles.