Así es como me hizo suya completamente.

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Fantasía es fantasía donde lo pongas. La realidad hecha fábula, artificio, novela y truco, pertenece a una abstracción que rompe la imaginación y da sentido a nuestra realidad. Este es un relato de Cecilia Cabrera, e indaga en modo de comedia con un poco de absurdo, acerca del “hacer el amor”. Dice así:

Pasó por mí como acordamos. Se detuvo en la acera de al frente y me envió un texto para avisarme que ya estaba afuera. 15 minutos luego, salí deslumbrante y me subí al auto.

Me pregunta que si quiero ir a beber algo en la costanera, o si prefería quedarme en un lugar llamado Resistencia. Preferí la costanera, y de ahí fuimos a Gitana. Comimos, charlamos y bebimos un poco, lo suficiente para soltar las risas sin preocupación.

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Nos llevamos excelente. Fue una memorable primera cita y creo que dejé en claro lo mucho que me divertí. Al finalizar, pagó la cuenta y me sugirió ir a dar unas vueltas. Así que acepté con entusiasmo.

Fuimos andando hasta la heladería y compró una buena cantidad de helado, suficiente para ambos. Mientras andábamos por la calle, me pregunta que si me gustaban los deportes extremos. Lo hizo porque sé que le encantan ese tipo de actividades y estaba planeando una escapada para el próximo fin de semana. Necesitaba saber si yo era capaz de aventurarme, así que le confesé que lo más cercano a un deporte extremo que había hecho, era manejar bicicleta sin rueditas traseras de apoyo, de esas que usan los niños para aprender.

Prometió hacer los arreglos necesarios para la aventura y para terminar la noche de mejor manera, me llevó de vuelta a Resistencia, ese lugar que mencioné, del cual, de hecho, habíamos salido.

-¿Vino? – Me preguntó.

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-¡Claro! – Asentí, aunque en realidad no me gusta mucho.

Sin titubeos, luego del vino, se acerca a la recepción del hotel de Resistencia y solicita una habitación VIP.

Me hizo el amor como nadie más pudo haberlo hecho, con muchas palabras fuertes, sensuales, provocativas y apasionantes. Me confesaba sus fantasías más eróticas mientras sus dedos saltaban entre mis lunares con pasos de astronauta y yo… Pues me dejé llevar.

Nos quedamos abrazados y hablamos hasta que sonó el teléfono. Respondió y dice:

—¿Cuánto es?

—Bueno, gracias.

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Me miró y me  preguntó: -¿vamos?

Acepté. Mariela puso unos billetes de cien pesos en una casillita que estaba junto a la puerta de entrada, se vistió y me llevó a mi casa. Fue una noche fantástica.